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Bernhard Glauser: El joyero que llegó para surfear

Bernhard Glauser nació y se crio en el Berner Oberland suizo. Hoy, su vida cotidiana está impregnada por otra suerte de paisajes bien distintos: los que pintan los tonos ocres y el horizonte siempre firme que se divisa desde Fuerteventura.

Hasta la isla llegó Bernhard en los años noventa, como un monitor de Surf que en principio sólo pensaba pasar medio año en Corralejo. Ni siquiera tenía la pretensión de ejercer de joyero, una de las profesiones en las que se formó en su país natal (también es mecánico industrial). Eso llegó con el tiempo, no demasiado. El que transcurrió desde su primera renovación de contrato. En la actualidad, mantiene su propio taller, produciendo piezas con una personalidad única. La propia de un hombre de mundo, poliglota y con la mirada amplia, que cree y defiende su trabajo.

¿Cómo acabó un suizo como usted en Fuerteventura?

Vine para surfear, en realidad. Me habían ofrecido un trabajo en una escuela de surf. Y la verdad es que quería trabajar fuera, al aire libre, porque tenía dos profesiones en las que tenía que hacerlo en interior. Quería estar fuera, trabajar con la gente, tener esa experiencia. Y al final, como pasa muchas veces, te quedas y te enganchas.

¿Qué formación adquirió en su país?

Primero aprendí mecánica industrial, y luego me formé como joyero. En mi país la Formación Profesional es un poco diferente: te puedes formar en una empresa durante cuatro años y aprender el oficio.

¿Y lo del surf, dónde surgió?

En Australia. Allí pude aprender a surfear, lo justo. De hecho, cuando llegué a Corralejo empecé como asistente, seguía progresando. Aunque luego ya pasé a ser monitor. En realidad, acabé en Fuerteventura porque de Australia no recibí respuesta cuando mandé mi curriculum como joyero. En Fuerteventura me ofrecieron trabajo en la escuela de surf y así llegué a Fuerteventura. Y sólo llegué para surfear, porque la idea no era quedarme. Era sólo para medio año. Eso se convirtió luego en otro medio, y luego un año, y otro… Y llegas al punto en el que uno está entretenido de verdad.

¿Cómo retomó su profesión de joyero?

Entre medias, porque ya veía que trabajar con turistas estaba bien, pero por un tiempo. Hay un perfil de gente estupenda que lo puede hacer, como una carrera profesional, pero ese no era mi caso.

Al final, al tomar la decisión de quedarse es de suponer que también lo haría porque le gustaba la isla

Sí. Tengo que admitir que me gustó el mar, y me sigue gustando surfear. Echo de menos a veces el verde, pero claro que me gusta la isla, y la forma en que se puede vivir aquí. Eso es importante. Y la gente, también. Yo crecí en un pueblo de montaña, y en cierto modo me recuerda el ritmo de vida de aquí. Esa manera de ser, esa honestidad. Es una cosa que me gusta.

El sitio en donde vives te va a aportar algo. Cuando miro fuera y veo el color y el horizonte, al final se te queda.

¿Tardó en montar su taller?

Al principio, empecé haciendo cosas para mí. Entonces una joyería me ofreció hacer reparaciones. Y a partir de ahí se convirtieron en dos, en tres joyerías. Y ahí pude empezar a aportar mis creaciones y mis ideas. Poco a poco monté mi taller, partiendo de cero.

Se maneja bien en español y es suizo-alemán. ¿Cómo valora tener ese conocimiento en idiomas?

Llegué en 1996  y empecé a aprender español en la escuela de surf. Hoy, mi pareja es canaria. Después de todos estos años sí que lo hablo, sí. Luego, soy suizo-alemán: hablo el dialecto suizo, que para mí es como otro idioma más. En la escuela ya aprendemos alemán y el francés. El inglés en mi época era facultativo, pero bueno, al final lo acabas aprendiendo. Si tienes esa posibilidad, la de comunicarte con otra gente en su idioma, siempre se abren puertas. Cuando hablas inglés también puedes hablar con todo el mundo. Te abre la puerta a otras culturas, otras ideas y hasta en el ordenador o en la televisión puedes acceder a más cosas.

¿Incorpora esa visión en su trabajo?

Mi parte creativa siempre está abierta a todas las culturas. Todas tienen algo bonito. Hay que mirar por encima de las fronteras y dejarte inspirar, ver la belleza de las cosas. Las que hay aquí, las que hay en mi país o las que hay más allá.

Mi parte creativa siempre está abierta a todas las culturas. Todas tienen algo bonito. Hay que mirar por encima de las fronteras y dejarte inspirar, ver la belleza de las cosas. Las que hay aquí, las que hay en mi país o las que hay más allá.

¿Le ha influido Fuerteventura en sus creaciones? Esas piezas con el uso de determinados colores, el anillo de lava…

Siempre el sitio en donde vives te va a aportar algo. Cuando miro fuera y veo el color y el horizonte, al final se te queda. Sería raro que no me influyera. Pero no todo está inspirado en la isla. Siempre intentas que una idea evolucione, intentas cambiar las que tienes, y quieres mejorarlas, aunque a veces te puede salir peor. Es la parte más bonita que tiene mi trabajo. Podemos ser nosotros mismos y seguir haciendo cosas nuevas.

¿Qué le parece el panorama de la artesanía en Fuerteventura? En la asociación coincide gente local con la que viene de fuera y se ha quedado. ¿Sigue su trabajo?

Aquí hay gente de fuera y canarios que hacen cosas muy interesantes. La artesanía tradicional me interesa también, tiene cosas como la palma, evidentemente, o el calado. En Suiza hay algo parecido. Al final vemos que no somos tan diferentes. Si te vas a China te va a pasar lo mismo: con otras culturas, pero al final todos somos humanos. Creo que la artesanía también es un poquito así: todos tenemos otros oficios, pero la manera de trabajar es muchas veces similar. Por eso, cuando hablo con otro artesano sé de lo que hablo.

¿Cómo lleva vivir tantos años fuera de su país natal?

Siempre intentas integrarte, aunque siempre eres extranjero. Aquí tengo amigos y tengo gente con la que me entiendo. Es una parte importante para mí. Y siempre viajo a Suiza, tengo a mis padres allí. Pero al final eres un poco de todas partes. Tienes que serlo, si vives fuera.

¿Cómo ve el futuro de la artesanía en la isla?

Es muy complicado intentar predecir cómo va a ser el futuro para la artesanía, en un momento como este, en el que están pasando tantas cosas. Nuestro problema es que muchas veces la gente no está contenta cuando produces sólo una prenda o una pieza. Siempre quieren diez, veinte. Cuando haces artesanía se trata de producir una pieza única, que tiene que valorarse de ese modo: como un trabajo hecho a mano, personal. No podemos competir con lo industrial. Y el cliente es el que decide al final si quiere gastar el dinero aquí, para que se quede aquí. El futuro depende de muchas cosas. Sí creo que tenemos que buscar una artesanía sostenible, en cierto modo. Pero en mi caso intentaré siempre seguir haciendo lo que me gusta, que, por otra parte, es algo en lo que creo. Miro a mis clientes y están contentos. Entonces sí que veo que esto es el futuro. Ese es el ánimo.

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